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Castilruiz es un lugar pequeño,
al margen del camino real;
tiene un color siena pálido
que en agosto se dora todo
con el polvo de la eras aledañas.
Desde lejos, la forma alargada
y continua de sus techos
descoloridos por el sol
se pega a la curva suave de la loma
y el pueblo parece entonces
una combada ballesta de hierro,
con la alta torre de su iglesia
dispuesta en el centro,
como una flecha para ser disparada
contra el ala blanca
de alguna nube volandera.
(G. Gómez de la Serna)