Castilruiz, lugar que fué de pastoreo

Castilruiz, lugar que fué de pastoreo


Soria siempre fue tierra de pastoreo y trashumancia como nos recuerda la canción “Ya se van los pastores a la Extremadura / ya se queda la sierra triste y oscura ”. Ambos motivos están relacionados con su historia, con la costumbre anual y el trasiego de ir de unos lugares a otros con sus enormes sacrificios, y la economía de Soria y de Castilla referida a la lana, a la raza  de merinas… 

Castilruiz también fue lugar de pastores de rebaños de ovejas. La historia habla de los buenos pastos y de su gran calidad sobre todo en la parte de la laguna y también en otros muchos sitios (en ribazos, barbechos, monte, etc.). En ningún sitio he comido un cordero tan bueno  como el de mi pueblo. Algunas escrituras mencionan compras, ventas (y litigios) de zonas de pastos en los que gentes de Ágreda traían sus rebaños a pastar. 

Hasta no hace muchos años en Castilruiz existieron varias familias que tenían rebaños de ovejas. Ello exigía contar con unas ciertas instalaciones de tañadas, corrales, y otros accesorios. Con la venida de la parcelaria y los cambios sociales y sociológicos, hoy prácticamente han desaparecido casi todos. 

Los pastores, durante el año, sacaban las ovejas a primera hora y las llevaban en busca de pastos a distintos lugares, según el momento del año y el tiempo atmosférico: hierbas, monte, grano en rastrojos después de recoger la cosecha. Volvían al caer de la tarde. Tenían en cuenta el equilibrio en la dieta.

Durante el verano el horario era distinto: madrugaban y volvían  a casa hacia el desayuno; después de la siesta, cuando el calor del sol había decaído, salían otra vez y volvían a casa bien entrada la noche; a veces a las doce de la noche se oían los cencerros de rebaños pastando en el campo. Los rebaños llevaban abundantes cencerros con distinto timbre y sonido que se oían desde lejos, y ello constituía también un motivo de encanto sobre todo cuando salían o entraban por las calles. 

El atuendo del pastor consistía en una vestimenta sencilla y gruesa en invierno, un zurrón, una manta, un perro pastor y un garrote o cayado. Caminaban con el ganado hasta los pastos por el camino o los campos y cuando llegaban al lugar elegido dejaban comer a las ovejas, andando pausadamente, arriba y abajo, de un lugar a otro. Durante la comida, se sentaban en un abrigo, o una sombra, mientras el perro vigilaba que las ovejas no entraran en sembrados ajenos.  

En su tiempo, en invierno,  algunas ovejas parían en las tañadas o en el campo; y en esta ocasión el pastor debía cargar con el cordero recién nacido. La vida de pastor ha sido, y es, muy dura y sacrificada: frío, calor, lluvia, viento, nieve, etc. Es cierto que en otoño y primavera, con el buen tiempo, la cosa no carecía de encanto y poesía, la soledad y el silencio del campo mezclado con el sonido de los cencerros, los colores del campo y su contraste, las puestas de sol, el viento perfumado en primavera y verano, etc. Ver los rebaños pastando en el campo era una bella estampa. Pero ello sólo lo apreciaban los que tenían una cierta sensibilidad (cuántos pastores poetas habrán existidos sin ello saberse). Los pastotes con los labradores solían echar sus parrafadas y un que otro cigarrillo. Eran los que más sabía del campo y del tiempo, más que el hombre del tiempo de la TV. (sólo con ver la puesta de sol, sabían qué tiempo iba a hacer al día siguiente). Y los que mejor conocían dónde había caza y dónde había salido una liebre o un bando de perdices… 

Y así pasaba el día hasta que volvían a casa. A la caída de la tarde regresaban al hogar  desde distintos lugares (en ocasiones, cuando el rebaño pastaba muy lejos del pueblo, lo encerraban en corrales del campo si es que existían en el lugar donde estaban pastando). 

Las chimeneas elevaban su columna de humo hasta el cielo, el ambiente olía a romero, ulagas, tomillo, estepa, carrasca, (lo mismo que cundo se hacía el pan en el horno durante el día). En los hogares las mujeres preparaban la cena. Ver pasar las ovejas por las calles balando y llamando a sus crías, meterlas en el corral y observar cómo las crías de pocos días buscaban las ubres de sus madres, sin equivocarse, eran escenas muy bonitas. Estas  estampas bucólicas recordaban al poeta romano Virgilio.